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Valencia, California
Studying scripture and preaching the Word to draw us into deeper understanding and more faithful discipleship.

Sunday, December 30, 2007

El mundo no nos deja en paz

Mateo 3:13-23

R95 Matthew 2:13 Después que partieron ellos, un ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Permanece allá hasta que yo te diga, porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo". 14 Entonces él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. 15 Estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: "De Egipto llamé a mi Hijo". 16 Herodes entonces, cuando se vio burlado por los sabios, se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo indicado por los sabios. 17 Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: 18 "Voz fue oída en Ramá, grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos y no quiso ser consolada, porque perecieron". 19 Pero después que murió Herodes, un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, 20 y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño". 21 Entonces él se levantó, tomó al niño y a su madre, y se fue a tierra de Israel. 22 Pero cuando oyó que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo temor de ir allá. Y avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea 23 y se estableció en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliera lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno.

La navidad y el adviento nos hacen pensar y concentrar en las cosas de Dios—paz, gozo, amor, esperanza. En Cristo, el niño, vemos la luz de Dios, la fragilidad de un ser humano y la humildad de Dios. Nos sentimos bien pensando en los hechos de Dios y todo lo que va a venir por la vida de Jesús, el salvador del mundo. Pero el texto de esta semana no nos deja allí. Nos saca de lo cómodo y nos hace saber que la vida de Jesús no fue uno de paz. Lo que hizo Dios no fue bien recibido por los demás. Este texto nos cuenta de abuso, de poder, de matanza. Ya familiarizados con la crucifixión y lo que le pasó a Jesús como adulto, quizás no nos llama la atención los hechos de Herodes. Pero los repito para que piensen bien en la realidad. Dice la escritura, “Herodes entonces… se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo indicado por los sabios.” Todos los niños de menos de 2 anos en esta región. Imagínense. Para nosotros perderíamos por lo menos 3 de los nuestros. Allá en la otra congregación, otros 2. Herodes fue conocido por su tendencia a matar. Mató a su familia. Mató a los con poder, y los teólogos y historiadores dicen que matar a todos estos niños no sería lo peor de lo que hizo este rey. Aun que matar a todos estos niños fue tan normal que ni siquiera hubiera sido notado. Imagínense.

Esto no es la historia que esperamos por el Hijo de Dios, ni para un héroe, ni el señor de señores, ni el rey de reyes. Estos son puestos de honor y dignidad y la historia de Jesús como bebe no puede ser mas lejos de lo esperado.

Lucas y Mateo son los únicos que cuentan de la historia del nacimiento y no tratan las mismas cosas. Las historias son incongruentes. La de Lucas subraya las cosas humildes de la historia—para los pobres, los marginalizados, los rechazados. Y Mateo habla de los magos que le buscaban desde lejos y le trajeron regalos maravillosos y caros—oro, incienso, y mirra. Mateo habla del estatus de Jesús—honrado y buscado. Aun el rey Herodes le temía a Jesús por el poder que debe de tener y por eso mató a todos estos niños de menos de 2 anos.

Desde el principio, la vida de Jesús fue un drama. Empezó con el embarazo ilegitimo de María. Después no había lugar para José y María en Belén y la mama tenía que dar a luz en una cuadra con los animales. Los primeros visitantes fueron los pastores, los pobres de los pobres en aquellos tiempos. Y después tenían que irse José, María y Jesús a Egipto porque Herodes quería matarle al niño.

Sí, Jesús es la luz del mundo. Sí, es el salvador. Sí, nos trae paz, esperanza, gozo, y amor. Sí, es el encarnado de Dios—frágil y humilde. Pero aun siendo todo esto no tenía una vida sencilla, quieta, tranquila. Vivía debajo del abuso y la violencia desde el principio. Sufría por su identidad desde su nacimiento.

Pensando en la navidad, en el santo niño, en la paz de la navidad, el silencio de la noche estrellada, el gozo de los pastores y luego los magos, queremos agarrarla a la paz de Dios y no soltarla para nada. Nuestras almas están tan hambrientas por paz y esperanza que tan pronto que las encontramos las tenemos amarradas. Queremos quedarnos en la tranquilidad, en el silencio, en la paz. Queremos quedarnos en la cuadra con el niño precioso, el Hijo de Dios. Pero la realidad de este pasaje nos hace saber que no podemos. La vida no es así. Dios, sí, nos puede traer paz, pero la condición humana, la tendencia pecar no nos deja en paz. Nos enfrenta. Nos reta. Nos amenaza. Y siendo fieles como José y María, cuando escuchemos el orden de Dios, tenemos que “Levantarnos e ir” adonde nos quiera.

Me imagino que el dialogo personal de José sigue cuando oye esta voz del ángel: “?vamos adonde? Y por qué? ¿Quieren matar al niño? Pero si es el salvador, el que nos va a librar de los pecados…por que quieren hacer esto? (pausa) Bueno, ni modo, vamos. (sigh) ¿Qué va a significar este niño para nosotros? ¿Siempre tendremos problemas? ¿Prejuicio? Los pastores y los magos estaban tan gozosos que me imaginaba que todos estarían así. (Pausa) Huirnos porque lo quieren matar. ¿A un niño? Qué cosa.

María…María, tenemos que ir ya. (pausa—que?) tenemos que irnos ya. (pausa—adonde?) A Egipto. (Pausa—Por qué?) Porque quieren matar al bebe. (Pausa—Que? Pero por qué? ) No sé. (Pausa—por qué crees esto?) Me dijo un ángel.

Medio dormidos en la media noche, se van hacia Egipto. Alegres por tener el niño y por haber conocido a los pastores y los magos. Que tremendo que ni siquiera dijeron a los demás y esta gente sabía algo especial. Ángeles cantando en los cielos. Una estrella que guiaba a estos hombres desde tan lejos. Este niño realmente es especial. Y a la vez, preocupados y con miedo que con apenas unos días lo están amenazando. ¿Qué les va a pasar si así es por la vida? ¿Cómo va a poder salvarnos a todos si lo matan? ¿Cómo podemos protegerle del rey, de los romanos? Son fuertes ellos. Son poderosos. Nosotros no.

Yo creo que a lo mejor para nosotros es difícil imaginar esta situación por todo lo que tiene de emoción, de miedo, de misterio, y de alegría. Yo diría que la mayoría de nosotros no hemos pasado por amenazas así, ni a nosotros, ni a nuestros hijos. Y aunque son bien especiales nuestros niños, tampoco creo que lo han anunciado los ángeles, o que creíamos que iban a salvar al mundo. Pero aunque nuestras historias no son tan dramáticos como la de José y María, yo diría que podemos compartir de una manera. Aunque no lo anuncian los ángeles, parece cuando uno tiene un bebe, que todo el mundo está celebrando contigo. Por el embarazo aun los extranjeros te tocan la panza y te felicitan. Los regalos vienen de todos lados. Y después con el bebe en sus brazos, todo el mundo quiere adorarle, apreciarle, tocarle y felicitarles a los padres. Y aunque no nos han amenazado, tememos por la vida del niño. Tememos nuestro propio poder y sabiduría por cuidarle al niño. ¿Cuánto le damos de comer? ¿Qué hago si ni deja de llorar? ¿Y si le hago mal sin intentarlo? Todos tememos por el bien estar de un niño. (sea hijo propio, sobrina, nieta, o hijo de un amigo). Y aunque no son llamados “salvador del mundo” me imagino que todos tenemos esperanzas grandes para nuestros hijos—que sean doctores y encuentren la cura para el cáncer. Que sean científicos y logren una vacuna para la SIDA. Que trabajen por la paz y la justicia y terminen con la pobreza. Que sean una luz al mundo. Que traigan esperanza a los desesperados. Todos tenemos deseos, sueños, y esperanzas por los niños, como José y María. Entonces, de una manera creo que todos podemos simpatizar con los sentimientos de José y María, y si los amplificamos por los hechos de cuidar al hijo divino y por huir la espada de Herodes, y por esperar que su hijo seria el salvador del mundo, el Mesías, nos podemos poner allí.

Realmente, la historia y la vida de Jesús era un drama. Era un drama porque nos hace sentir tanto lo bueno de alegría y gozo que lo malo de temor y miedo. Los personajes incluyen los pobres, los rechazados, los ricos, los poderosos, y los ángeles. Nos llena de alegría y esperanza y después nos encontramos con un choque de riesgo. Y este drama, aunque ocurrió hace unos 2000 anos, sigue para nosotros en dos maneras. 1) Podemos simpatizar con Jose y Maria, por entender los sentimientos, las responsabilidades, el miedo, su historia transforme en nuestra historia. Cada vez que nace un niño, es como si naciera otra vez el niño Jesús. Y 2) La historia de Dios encarnado no se queda allí en el siglo uno, sigue vivo, sigue real. Entonces, la historia del nacimiento y la vida de Cristo ocurre y ocurre y ocurre porque nace y vive dentro de nuestros corazones.

Ya pasó la navidad y nos dimos cuenta de todas las bendiciones que trae Cristo a este mundo, y aunque los tenemos por él, no podemos quedarnos en este sentir de paz. Aceptando a Cristo, dejándole entrar en nuestros corazones, en nuestras vidas, significa que vamos con él, tenemos que huir con él hasta Egipto, metafórico, claro, pero…hasta lo extraño, hasta lo desconocido, para huir el mal. Tenemos que cuidarle a este niño dentro de nosotros, proteger su presencia, atenderle bien, y tenemos que seguir fieles, como José y María, al llamado de Dios cuando venga.

Sunday, December 23, 2007

El pensar de Jose

Mateo 1:18-25

23 de diciembre 2007

¿Cómo sería ser José? Estaba comprometido a María, anticipando su matrimonio, lleno de anticipación por esta nueva etapa de la vida—matrimonio, una esposa, y después unos hijos. Su imaginación probablemente le llevo a las posibilidades—la comida, su toque, el tiempo juntos, la panza hinchada como prueba de su amor. Me imagino que también había ansiedad--¿Qué pasa si no tenemos conexión? ¿Cómo ganaré por la familia? ¿Y si su familia es terrible? Claro, las ansiedades y esperanzas de una boda en el primer siglo son bien diferentes de lo que experimentamos hoy en día, pero de todos modos habría temores y esperanzas.

El matrimonio es gran cosa. Arreglado por los padres o escogido por sí mismo, no es nada ligero. El matrimonio es por la vida. El matrimonio es lleno de gozo y amor, pero también de pruebas y problemas. El matrimonio requiere mucho de una pareja para tener éxito. Y, para la mayoría de gente, es algo esperado, deseado, querido.

Entonces, hay esa felicidad y expectación. José está bien contento, pensando en todo lo que hay en su futuro, y después José escucha un rumor….está embarazada María. ¿Qué? No es posible. Mi María, no. Mis padres no me hubieron escogido ese tipo de mujer.

José está dolido. Esta confundido. Esta enojado. Esta dudando. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo que me hizo esto? ¿Por qué no me dijo ella misma? ¿Por qué lo tenía que saber de otro?

Derrotado y dolido, José intentó pensar en las posibilidades—“yo podría quedarme con ella, casarme con ella, pero, en serio, ¿puedo? Sabiendo de que tenía relaciones con otro y ahora va a tener su hijo? ¿Dios, como es posible que ocurra esto? La ley dice que no tengo que casarme con ella. Podemos divorciar por esto. Pero la apedrearían, o por lo menos la denunciarán y la humillarán. Merece esto. La humillación. Me humillaba a mí. Merece lo que le dan. ¡si! Denúnciala. Indigna! Apedréala! Adultera!

(Pause…) No, no puedo hacer esto. No puedo seguir con ella, pero no la puedo hacer sufrir tampoco. Quizás podemos olvidarnos de esto. Podemos pretender que nunca ocurrió nada, ni el matrimonio, ni las platicas, nada. Me voy y espero que los demás no sepan nada de la vergüenza que me trajo a mi y a ella. ¡Que lio! Ayer, me sentí bien. Estaba esperándolo todo, ahora esto. Se acabó y apenas hemos empezado. ¿Dios mío, por qué?

(lie down) ¿Dios mío, por qué?

Descansa él y después, durante su descanso, José tenía un sueño dónde le apareció un ángel y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del espíritu santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados.”

Cuando levanta José, me lo imagino cansadito, recordándose del sueño poco por poquito. Un ángel. Casarme con María. Embarazada por el espíritu santo…?por el Espíritu Santo? ¿Cómo? Y el bebe, tiene un nombre…salvar, el que salva, el salvador…Jesús.

Esto no es lógico. Estoy loco. ¿Concebido por el Espíritu Santo? ?Jesús? ¿El salvador? ¿Con María? Ay. ¡Qué Sueno! Concebido por el Espíritu Santo…Ja!! Fíjate!

No sabemos por cuanto negociaba estas ideas, este sueño, dentro de sí, pero lo que sí sabemos de la escritura es que aceptó lo que el ángel le había dicho y se casó con María. Y lo demás, como dicen en ingles, es la historia.

Me imagino que estos fueron algunos de sus preocupaciones, dudas, y pensamientos. Y me imagino que tenía muchos más por los años. No lo imagino fácil criar al niño concebido por el espíritu santo! Yo sé de los padres que temen equivocar con los niños, hacerles mal, fallar en algo, y creo que sería peor pensando en Jesús, el Mesías, el Salvador…Emanuel—Dios con nosotros. ¡Qué responsabilidad!

Debemos tener siempre en cuenta que José era hombre normal, como nosotros. No era perfecto. No sabía de todo. Dudaba, temía, fallaba, pero Dios lo usó. Dios lo escogió tanto a él que a María. Y José acepto el reto. Junto con María, hicieron el trabajo de ser padres juntos, como pareja, como equipo, enseñándole a Jesús todo lo que podían y amándole con todo corazón.

La historia de Jesús es impresionante por varias razones. El hecho de que Dios escogió venir a nosotros, acercarse a nuestras imperfecciones, a veces es imposible entender. Concebir un niño por obra del espíritu…también difícil de entender…y discutido por todos lados. La vulnerabilidad y humildad que requiere para que Dios se someta a nosotros para criarle y cuidarle en su vida humana—también más allá de la comprensión. Y a veces, más que el misterio de Dios, lo que aceptamos por fe, es lo incomprensible de cómo Dios nos escoge a nosotros para hacer su obra. Creo que hay la tendencia de ver a María y a José y decir “Bueno Dios los escogió porque eran más dignos que los demás, menos pecadores, más justos.” Justificamos que Dios los escogió a ellos porque eran mejores y no nos escogería a nosotros porque somos menos….pero ellos fueron tal como nosotros…imperfectos, con problemas, con dudas…y con esto sabemos que Dios está dispuesto usarnos tal como somos…imperfecciones y todo. Nuestra tarea es aceptar el reto y conceder lo que Dios nos pide. Amén.

Saturday, December 22, 2007

Requiere a los dos


Lucas 2:1-20

Yo soy parte del equipo que va a crear el primer culto de adoración para la conferencia anual. Somos un grupo de pastores y todos somos de los “jóvenes”. Nos encargaron con la música, el diseño, la liturgia, todo, menos la predicación, y la obispa predicará. Esta semana estaba pensando en el culto y pensé que sería buenísimo usar un cuadro de una artista que había visto. El artista hace cuadros de Jesús durante un culto. Estaba presente para una reunión de jóvenes de la conferencia el año pasado y hizo unos cuantos cuadros. Son bien grandes y de muchos colores. Y son de Cristo. No son los colores normales para una persona. Son de amarillo, verde, rojo, morado. Son vibrantes e impresionantes. Les había visto en unas fotos y creía que a lo mejor serían bueno para este culto de la conferencia anual.

Entonces, los mencione a unos amigos pastores. Les pregunté si sabían cómo los podíamos encontrar. Los dos sabían y los dos inmediatamente me dijeron, “son bien manchados de sangre, y a unos no les va a gustar.” Me chocaron sus comentarios. Les dije, “quizás estoy equivocada, pero yo creía que nuestra fe enfocaba en la cruz, incluso la sangre.” No me respondieron. No creo que ellos mismos se opondrían, sólo que esperaban que otros sí. Pero me quede pensando en esto. ¿Cómo es que nosotros como cristianos, congregados como iglesia conferencial, podemos oponernos a la sangre de Cristo? Yo sé que nos pude asustar la sangre de Cristo. Yo sé que nos choca la idea del sacrificio de un hijo. Yo sé que no queremos admitir que crucificamos a Dios en una cruz. Yo entiendo todo esto. Pero también entiendo que no fui yo, como Dios, que inventó esta idea. No fui yo que mandó a mi hijo. No fui yo que decidió morir por los pecados de todos. No fui yo que entendió que tendría que morir Dios para que nosotros nos diéramos cuenta del amor y gracia que Dios nos quiere dar. No fui yo. Fue Dios. Entonces, ¿cómo puedo yo oponerme? Dios inventó la idea. Dios mandó a su hijo. Dios decidió morir por los pecados de todos. Dios entendió que tendría que morir para que todos se dieran cuenta del amor que tiene para nosotros. Fue Dios. Y quizás no nos gusta como salió. Quizás no nos gusta la sangre de la cruz. Quizás no nos gusta que nuestros pecados sean los que matan a Jesús aunque no vivimos en la época exacta de la historia en la cual vivió. A lo mejor no nos gusta y queremos oponernos. Pero esto es nuestra historia. Esto es nuestro evangelio. Esto es nuestro Dios.

Y si no queremos poner ni ilustrar la sangre que le salió de Jesús porque nos da vergüenza o no nos gusta o nos da pena, pues debemos examinar nuestra fe. Porque parte de lo más central a la fe es la sangre de Cristo. Y si vamos a rechazar la sangre, vamos a rechazar también la salvación que viene por esta misma sangre.

Yo creo que estamos de acuerdo y nos gusta la salvación. Nos gusta el perdón. Nos gusta estar salvos. Nos gusta el poder dejar nuestros pecados, nuestros fallos, y nuestras debilidades en el pasado. Nos gusta poder empezar de nuevo y no ser culpables para siempre por nuestros fallos. Con la salvación nos sentimos bien. Con la salvación experimentamos gracia, paz, y misericordia. Y nos gusta. La salvación nos saca del dolor, aflicción, y pena. La salvación nos lleva al bien del reino y queremos gozarnos allí. La salvación es buena, es agradable. Y al rato, en medio de esta bondad, alguien nos enfrenta con sangre. Mucha sangre. Sangre cubriendo el cuerpo del Cristo. El Jesús que nos dio tanto bien cubierto en sangre. Y nos choca. No debe de ver sangre junta con la paz. No debe de ver sangre junta con la justicia. No debe de ver sangre con la misericordia. No debe de ver sangre con la compasión. Encima de todo, no debe de ver sangre con Dios mismo. Son incongruentes. No van juntos.

Pero por la historia que Dios creyó, si van juntos. Si nos falta la sangre, nos falta la redención. Nos falta la salvación. Necesitamos la sangre de Jesús. Dependemos de ella. No podemos tener una sin la otra. La redención requiere la sangre. Lo agradable requiere lo desagradable.

Yo creo que todos aquí comemos carne. Yo como carne. En mi casa, cuando era niña, cada cena tenia carne—res, pollo, puerco, pescado. Comimos carne. Pero nunca criamos los animales que íbamos a comer. No teníamos vacas, ni gallinas, ni cerdos. Nosotros compramos todo en el mercado. Y cuando estaba en la universidad, me di cuenta que había separado la idea de lo que comía de los animales que me gustaban. Aun los llamamos diferente. Hay una vaca, pero como res. Hay una gallina, pero como pollo. Es como si no fueran lo mismo. No sé si uno de ustedes creció en una finca, o si criaban los animales, pero mi abuela creció en una finca, y una regla que aprendí de ella fue de que no se puede nombrar a los animales. La vaca no puede ser Betsy, ni el cerdo Juan porque los niños no comerán si saben que Betsy está en la mesa, o que Juan está en la olla. Me imagino que nos disfrutamos cuando comemos. Nos gusta tamales de puerco ya arroz con pollo. Nos llena. Disfrutamos el sabor. Es bueno. Y dentro de lo bueno, no queremos enfrentarnos con la sangre, con la realidad. No queremos saber que lo que comemos tenía que morir primero. No queremos aceptar que para disfrutar de algo, tenía que sufrir primero.

Y yo diría que pasa igual con Cristo, con la sangre y el sacrificio. Queremos disfrutar de la salvación, pero no queremos ver primero la sangre. Queremos participar del banquete que nos provee Dios, pero no queremos saber que fue el santo niño que sufrió para que estuviéramos. Queremos separarlos. Poner el sufrimiento y la sangre en un lado, y la salvación y el gozo en el otro.

Y si me dicen, pero pastora, estamos en el adviento, esperando el santo niño, ¿cómo puedes hablar de estas cosas? Debemos hablar de la fiesta, de la esperanza, de lo bonito. No hables de la sangre. No hables de estas cosas. Nos dan pena. Habla de la paz, de la esperanza, del gozo. Habla de esto pastora. Pero si hiciera esto, otra vez nos quedaríamos en lo agradable sin aceptar la sangre. Y si no podemos aceptar la sangre de Cristo de la cruz, tampoco podemos aceptar la encarnación de la navidad. Están atadas. La sangre y la encarnación. Necesitamos a las dos. Si no fuera nacido Dios como niño bebe, no lo entenderíamos lo mismo. No entenderíamos tanto la humildad que requería para confiar en nosotros cuidarle desde niño. No apreciaríamos el misterio que va con la encarnación—como se embarazo una mujer sin tener relaciones sexuales. Como puede el Espíritu Santo fertilizar un óvulo. Y si no viéramos a Dios en la persona de Jesús desde el principio, no sería igual el sacrificio de la cruz. Y si Jesús en la cruz no es Dios mismo, el Dios de la encarnación, no nos salva de los pecados.

O sea, la fe que tenemos, la salvación que experimentamos, la esperanza que mantenemos requiere la encarnación Y la sangre de la cruz. No podemos negar ni a una ni a la otra.

Can't have one without the other--updated version

Luke 2:1-20
Tonight we’re going to merge the two major Christian holidays—Christmas and Easter. We’re talking about Christmas for obvious reasons…namely, it’s tomorrow! And we’re going to talk about Easter, namely Good Friday, because I don’t think we can really truly understand Christmas if we don’t also take into account Easter. While they are separate and distinct and about two seemingly different things—Christmas that of life, joy, and peace, and Good Friday that of death, sacrifice, and suffering, they are linked by the fact that they are both consequences of God’s saving work—God’s act of redemption and salvation.
Now, to be quite honest, I’m a Christmas person. I’ve always enjoyed the food, the family gatherings, the lights, the colors, and, of course, the presents. When I headed off to seminary, I got to plunge into Christmas in a deeper and more significant way. I mean, when you go to theology school you can’t simply talk about gifts and Christmas trees, you have to really look at Jesus, Mary, Joseph, the incarnation, God’s presence with us. The theological stuff. And I ended up loving that. I was so awed by the fact that God not only came to reconcile and save humanity from our own sins and brokenness but God came in the most fragile form possible—a baby. God didn’t come in like Superman, or Batman, or Spiderman. God wasn’t some rock solid hulky super hero. God came into this world dependent on other humans to care for, attend to, teach, and love God. That’s sort of bizarre in my mind. Think about it. God, the all powerful, the creator of the universe could have come in with the strength of the terminator, but instead came in with the fragility of a newborn baby.


So this Christmas business, even theologically, is sweet, endearing, and humble. But then, a few months later, you get Easter. Now, Easter too can be seen as sweet and endearing…pastel colors, the Easter bunny, lilies, and the Hallelujah chorus. But when you do the theological digging, or simply really examine Easter, you have to take a long hard look at Jesus on the cross and what it means for God to have bled that day at Calvary. Good Friday doesn’t seem all that good. We hung Christ from a cross and waited for him to die. Crucifixion was one of the worst forms of execution known to the Romans, it’s slow, it’s painful, it’s exhausting…and that’s what we did to God. Quite frankly Easter, and more specifically Good Friday, became undesirable to me. That didn’t even take into account my concern at the notion of Father God sacrificing his Son. Yeah, Easter wasn’t really jiving with my notions of a loving and compassionate God. I longed for the goodness of God. I longed for compassion, justice, peace, hope…and somehow blood and sacrifice didn’t pan out to God’s goodness. So, in some ways, I let Good Friday fall into the shadows and I started focusing more and more on the beauty, the awe, and the wonder of Christmas.
I focused on the mystery and incredible nature of the incarnation and avoided the pain, sacrifice, and blood of the cross. But recently I had an experience that started to shift my focus.


I’m part of a team charged with creating the first service of worship at the upcoming Annual Conference. We are a group of young adult pastors. We are responsible for the music, the design, the liturgy, everything, except the preaching, which is left to the bishop. Last week I was thinking about the service and thought it would be great to use the paintings of an artist I had seen. The artist creates paintings of Jesus during the worship service. He had been at a youth conference last year and did a few paintings. They are big and colorful. And they are of Christ. They aren’t normal colors you’d use for a person; they’re yellow, green, red, and purple. They are vibrant and impressive. I had seen them in some pictures a friend took and thought they’d be perfect for the upcoming service.


So, I mentioned the paintings to a couple of pastor friends and I asked them if they knew where I might find the paintings. Both knew and both immediately responded, “but they’re really bloody, and some people will complain.” They’re words struck me as odd. I said, “Maybe I’m wrong here, but I could have sworn that the blood of the cross was sort of important for our faith.” Even in my Easter/Good Friday avoidance, I knew that the blood of the cross was essential. Neither responded. I don’t think they themselves would object, but they expected others would. I couldn’t get their cautions out of my head. I mean, how is it possible that we, as Christians, as an annual conference, can object to the blood of Christ? I know that it is shocking. The idea of sacrificing one’s son is scandalous. I know we don’t want to admit to crucifying God on a cross. I get that. I told my friends they could send the folks with complaints to me. I mean, it wasn’t me acting as God who invented these ideas. It wasn’t I who sent my son. It wasn’t I who decided to die for the sins of all. It wasn’t I who understood that God would have to die in order for us to realize the love and grace God wants to give us. It wasn’t me. It was God. So then, how can I object? God invented the idea. God sent God’s son. God decided to die for the sins of all. God understood it would take God’s own death for us to realize the love and grace God has for us. It was God. And so if you or I complain, we’re not simply fussing at each other, we’re fussing at God. And maybe I don’t like how it came out. Maybe we don’t like the blood of the cross. Maybe we don’t like that it was our sins that killed Jesus. As a matter of fact, we probably don’t like it and want to object. But this is our story. This is God’s story for us. This is our gospel. This is our God.


Even preparing this sermon, I was struck by the intensity of blood, sacrifice, and pain. I worried that it might be overwhelming or spoil the Christmas cheer for each of you. And as Bob worked on the power point and selected these pictures, he too was worried about the blood. He told me on Sunday, “You know, I looked at a lot of pictures of Jesus on the cross and some of them are pretty gory, so I tried not to get one of those. I didn’t want to scare the kids.” But despite my hesitations, the blood is the thrust of the message. If we don’t want to even depict the blood that Jesus shed because of guilt, or sadness, or because we don’t like it, then we need to examine our faith. Because part of what is the most central to our faith is the blood of Christ. And if we are going to reject the blood, then we are also rejecting the salvation that comes from that same blood.


My guess is we’re on the same page and we like the idea of salvation. We like forgiveness. We like to be saved. We like the power of leaving our sins and our past and our weaknesses in the past. We like the opportunity to start fresh and not be forever guilty for the wrongs we have committed. With salvation we feel good. With salvation we experience grace, peace, and mercy. And we like it! Salvation pulls us away from pain, affliction, and grief. Salvation fills us with the goodness of the kingdom and we want to rejoice in it. Salvation is good, it’s enjoyable. And then in the midst of our enjoyment, someone throws the blood of Christ in our face. A lot of blood. Blood that covers the body of Jesus. The Jesus who offers us so much good is now covered in blood. And we don’t like it. It’s shocking. We shouldn’t see blood together with peace. We shouldnt’ see blood coupled with justice. We shouldn’t see blood together with mercy or compassion. Above all, we shouldn’t see blood on God. They’re incompatible. They simply don’t go together.


But through the history that God created, they do go together. If we don’t’ have the blood, then we don’t have redemption. Without the blood we have no salvation. We need the blood of Christ. We depend on it. We can’t have one without the other; we can’t have the good without the bad. Redemption requires blood. That which appeals to us requires that which does not.


Let me back-track a minute. For me, Christmas highlighted the beauty, the mystery, the wonder of God’s relationship with us through Jesus Christ. And Easter highlighted the sacrifice, the pain, the burdens Christ bore on my behalf. And quite frankly, Easter made me uncomfortable. I want to focus on the sweet baby Jesus lying in a manger, not a whipped and stripped Jesus hanging from the cross. But the crazy thing is, when we say Jesus Christ, we mean both/and. We mean both the holy child lying in a manger in Bethlehem, and a bruised and battered man dying on a cross. We can’t just look at the Christ child and pretend the rest didn’t happen. If we say Jesus we have to think of his life as a whole—beginning to end, infant lying in a lowly manger…teacher…prophet…healer…Messiah…Crucified…and then resurrected. Jesus Christ is all of those things and we can only truly appreciate Christmas in the fullness of its mystery and wonder if we also try and understand Easter in the fullness of its mystery and wonder. You can’t have one without the other.


Let me try this from another angle, I imagine we like the food we eat. We like hamburgers, or chicken noodle soup, or pork tamales. They satisfy us and we like the taste. It’s good and we like it. And yet in the midst of the goodness, we don’t want to confront the blood of the butcher block. We don’t want to know the fullness of reality. We don’t really want to acknowledge that what we are eating had to die first. We don’t want to accept that for us to enjoy something, a sacrifice was made first.


I would say it happens the same way with Christ, with the blood and the sacrifice. We want to enjoy salvation, but we don’t want to see the blood. We want to participate in the holy banquet, but we don’t’ want to know it was the holy child who suffered so we could be there. We want to separate the two. We want to put the suffering and the blood on one side and salvation and joy on the other.


Some of you may be ready to say, “Pastor stop talking about blood and sacrifice, wounds and brokenness. It’s Christmas Eve, we’re waiting for the holy child, how can you talk about these things? We should talk about parties, hope, and goodness. Don’t talk about blood. Don’t talk about such harsh things. It’s hard to think about that. It’s uncomfortable. Talk about peace. Talk about hope. Talk about joy.” I’d say, throughout Advent we have been talking about those things, but we must also talk about the blood, because if we can’t accept the blood of Christ on the cross, then we also cannot accept the incarnation of Christmas. They’re tied together—the blood and the incarnation. We need them both. If God had not been born as a baby, we wouldn’t fully understand what happened on the cross. We wouldn’t understand God’s humility in coming as a fragile baby so that we could care for him. We wouldn’t appreciate the mystery of the incarnation. And if we didn’t have Christmas, if we didn’t see God in the person of Jesus from the beginning, then the cross would not mean as much to us. For if Jesus is not Immanuel, God with us, God incarnate, then it wasn’t God who died on the cross and it wasn’t God who died for our sins and who offers us forgiveness.


In other words, the salvation we experience, the hope we maintain, they both require the incarnation AND the blood of the cross and we can’t have one without the other.


Christmas is absolutely about celebration. We celebrate God’s coming into this world. We celebrate that God loves us so much that God sent his only begotten son to be with us, to live with us, to save us. At Christmas we celebrate. But we aren’t just celebrating the birth of a baby, we are celebrating the birth of a Savior. THE Savior. Jesus Christ. We celebrate not just a fragile infant entrusted to our care, but also the boy who would grow into the man who would save the world from sin and death. Christmas is joyous, but it’s even more of a celebration when we look back through the lens of history and see both God incarnate and God crucified and God resurrected. So the blood of the cross may be gory. It may make us cringe or shirk back in pain or embarrassment, but ultimately it shows us the depth of God’s love, which was first made known on a starry night in Bethlehem. And the depth and width and height of God’s love is DEFINTELY worth celebrating. So tonight let’s make our voices loud and our praises louder as we celebrating not just the birth of a child, but the birth of THE child, the Christ child, the holy one who came to save. Let’s celebrate that we don’t have one without the other!

Sunday, December 2, 2007

La anunciacion

Lucas 1:35-55


Hemos pasado las últimas semanas preparándonos—abriendo nuestros corazones, limpiándonos de las cosas desagradables a Dios. Y ahora llegamos a la anunciación. Estamos a la hora de recibir a nuestro Señor. En el pasaje de hoy el ángel Gabriel le visita a María en una visión. Le dice que va a tener a un niño y que lo nombraran Jesús y lo llamaran Hijo del altísimo.

María tiene un encuentro con la palabra de Dios por el ángel Gabriel. Y recibe de fe las noticias que Gabriel le da. Dijo el ángel que iba a embarazarse por el Espíritu Santo y María recibió las noticias sin pregunta ninguna y le permitió que Dios hiciera lo que quería con el embarazo. Así que tenemos una mostrada de fe por la acción de María. Ella oyó la palabra del señor y sometió a ella. María prueba que un hecho de fe firme permite que Dios haga lo que quiere.

A veces nosotros tenemos esta oportunidad, aunque quizás no nos parece tan impresionante que dar a luz al hijo de Dios. Pero si vemos la historia de María por lo sencillo que es, quizás veremos otra cosa. Por lo sencillo, vemos que Dios escogió a María y confiaba en ella para cuidarle a Dios mismo y cumplir con la palabra. Así de esta forma, Dios hace lo mismo con mostros. Nos escoge por su obra y confía que nosotros la cumpliremos. Dios nos ha escogido, como su pueblo, a llevar buenas noticias, a proveer ropa a los desnudos, y comida a las con hambre, y consuelo a los afligidos. A veces este trabajo nos parece tan cotidiano que no lo damos valor—pero es mucho más—para la persona que lo recibe, es un vistazo de Dios. Es una muestra del amor de Dios, de un Dios que a Dios le importa las circunstancias de uno. Entonces, cuando escuchamos la voz de Dios por estas cosas, por la misión, la compasión, y el amor, si seguimos el ejemplo de María, debemos someternos a la voluntad de Dios.

Una cosa curiosa que encontramos en la historia de María es que después de hablar con el ángel, se levanta y se va a ver a Elisabeth. La cosa curiosa es que la palabra en griego de levantarse es lo mismo usado para la resurrección. O sea, que podemos entender que esta interacción con Dios, sirve como resurrección para María. Le da nueva vida, nuevo espíritu, nueva visión. O sea, que una experiencia así con Dios nos va a transformar, nos va a afectar, no podemos seguir en lo mismo después de todo esto. No seremos igual que antes.

Y después de la resurrección y transformación, embarca en una jornada. Se va a visitar a Elisabeth, quizás para compartir las buenas noticias que acaba de recibir, o quizás para confirmar lo que el ángel le dijo sobre Elisabeth. Pero, no importa la razón, solo importa que se va, que tiene esta jornada para pensar en su experiencia, meditar, contemplar, y ver la majestad de Dios. ¿Te resuena? ¿Es parecido a alguna experiencia tuya? ¿Alguna vez ha experimentado/escuchado una palabra del Señor que te transformó? ¿Y te dio nueva vida? ¿Y después embarcaste en una jornada? ¿Tuviste una jornada de fe?

Muchas veces hablan de estas experiencias como “experiencia del punto de la montana”—mountain top experiencia. Tenemos una experiencia bien fuerte, y lindo, donde no queda duda que hay un Dios. Queremos quedarnos allí—para mi esta experiencia fue cuando el espíritu me tocó en Cuba. Para otros es el milagro de sanidad, quizás María lo encontró así. O Lorenzo cuando Dios manejaba por él cuando se fueron a San Diego. O quizás durante un retiro o al nacimiento de un niño. Y después de esta experiencia solo queremos compartir lo que Dios ha hecho para nosotros. Queremos regocijar y gozar en la majestad de Dios, como lo hizo María. Y podemos. Pero también, va a haber una jornada. Quizás será por un desierto. Solo o sola. Quizás será difícil o habrá valles de la fe también. No sabemos que le paso a María en su jornada, y cuando nos faltan detalles en la biblia, quizás es porque fue tan cotidiano que no valía la pena escribirlo. No sabemos los pensamientos de María en esta época, quizás dudaba. Quizás pensaba en cómo iba a compartir las noticias con sus padres, sus abuelos, su novio—?iban a entender? Iban a rechazarla? Iban a burlarse de ella? No sabemos donde su jornada de fe la llevó, y a veces no sabemos donde la nuestra nos va a llevar. Pero si sabemos que llegó a una conocida, una confiada, una compañera y pudo compartir con ella.

Esto es lo que esperamos para nosotros. Que cuando lleguemos haya alguien que puede gozar con nosotros. Que entienda. Y que nos apoye.

Al final de la historia de hoy, nos encontramos con María y Elisabeth, pasan 3 meses juntas—a lo mejor preparándose por los niños. Tejiendo. Limpiando. Haciendo ropas. Gozando en la gloria de un embarazo y compartiendo en sus dolores de espalda o la nausea. Tuvieron el apoyo en su preparación y una compañera en su jornada de fe.

Así debemos estar nosotros—apoyados y acompañados en nuestra jornada y preparación para recibir el Señor.

Sermon sobre Mateo 24:36-51

.RVA Matthew 24:36 Pero acerca de aquel día y hora, nadie sabe; ni siquiera los ángeles de los cielos, ni aun el Hijo, sino sólo el Padre. 37 Porque como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. 38 Pues como en aquellos días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento hasta el día en que Noé entró en el arca, 39 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre. 40 En aquel entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. 41 Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra dejada. 42 Velad, pues, porque no sabéis en qué día viene vuestro Señor. 43 Pero sabed esto: Si el dueño de casa hubiera sabido a qué hora habría de venir el ladrón, habría velado y no habría dejado que forzaran la entrada a su casa. 44 Por tanto, estad preparados también vosotros, porque a la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del Hombre. 45 ¿Quién, pues, es el siervo fiel y prudente, a quien su señor le puso sobre los criados de su casa, para que les diera alimentos a su debido tiempo? 46 Bienaventurado será aquel siervo a quien, cuando su señor venga, le encuentre haciéndolo así. 47 De cierto os digo que le pondrá sobre todos sus bienes. 48 Pero si aquel siervo malvado dice en su corazón: "Mi señor tarda"; 49 y si comienza a golpear a sus consiervos, y si come y bebe con los borrachos, 50 el señor de aquel siervo vendrá en el día que no espera y a la hora que no sabe, 51 y le castigará duramente y le asignará lugar con los hipócritas. Allí habrá llanto y crujir de dientes.


El adviento es el tiempo de espera. Esperamos la venida de Cristo. Esperamos celebración. Esperamos gozo. Esperamos esperanza. Esperamos paz. Muchos esperamos regalos y tiempo con la familia. Y mas que nada esperamos la encarnación—Dios con nosotros—la presencia con Dios aquí mismo en la tierra. Esperamos.

Y mucho de lo que tratamos y platicamos tiene que ver con la primera llegada de Cristo. Cristo ya llegó. Se nació en Belén, hijo de Josué y María. Creció aprendiendo la palabra. Ministraba a la gente. Sanaba a los enfermos. Proclamaba las buenas nuevas. Sufría en la cruz. Murió. Y se resucitó. En Jesús vemos a Dios. Y cuando celebramos su nacimiento, celebramos su vida y todo lo que hizo. Celebramos el amor de Dios. Celebramos la esperanza. Celebramos nuestra salvación.

Pero a veces nos preocupamos tanto por lo que ya paso que se nos olvida lo que ha de pasar. La navidad si es una celebración del pasado, un recordatorio de lo que Dios ha hecho, pero también debe de ser una celebración de lo que va a pasar—la segunda venida. Debemos de celebrar que Cristo va a venir otra vez. Tenemos la promesa que llegará el reino de Dios. La promesa que no habrá injusticia. La promesa que no va a ver la pobreza. La promesa que no va a ver conflicto. En el adviento, el tiempo de espera, debemos acordarnos del futuro prometido y debemos prepararnos para esto y celebrarlo también.

En el pasaje de hoy Jesús nos habla de la importancia de estar atentos. Nos dice “manténganse despiertos, porque no saben que día vendrá su Señor.” No sabemos cuándo va a venir Cristo de nuevo. Debemos estar preparados no solo en la época del adviento, pero debemos prepararnos en todos momentos.

Muchas veces no queremos estar bien preparados. Tenemos mucho que nos ocupa el tiempo. Tenemos deberes. Tenemos trabajo. Tenemos cosas por hacer en todos lados y no queremos pararnos a preparar.

Yo veo esta falta de prepararse en cuanto a los desastres naturales—los huracanes, las tormentas, los terremotos. ¿Cuántos de nosotros tenemos los documentos esenciales preparados? ¿Listos? ¿Cuántos tenemos agua y una comidita listas para llevar si ocurre una emergencia? ¿Y cuántos de nosotros no tenemos nada preparado porque creemos que nos va a pasar a nosotros, que solo va a ocurrir en otro lado? Aunque sabemos lo que debemos tener listo y como debemos poner las cosas en orden, no lo hemos hecho. Estamos esperando, pero no de lo que va a pasar. Estamos esperando que no pase que no ocurra. Estamos esperando sin esperanza.

Entonces nos quedamos con la pregunta: ¿Cuántos de nosotros estamos esperando sin esperanza? ¿Creemos de verdad que Cristo puede regresar ahora mismo? ¿Estamos listos? ¿Tenemos todo preparado? ¿O creemos que no va a pasar muy pronto, entonces mejor esperamos, mejor hacemos las compras porque nos hace falta. Mejor hacemos lo que nos gusta porque nos queda tiempo darles a los necesitados, curar a los enfermos, consolar a los afligidos. Y así nos quedamos mal preparados.

Jesús nos advierte, manténganse despiertos. No sabemos cuándo va a regresar. No podemos nombrar la fecha, ni la hora, ni el ano. No podemos decir cuándo será. Y por eso siempre debemos estar listos. Nos cuenta del dueño de la casa y dice si supiera del ladrón y cuando iba a venir, estaría bien preparado. Pero no sabe el dueño El dueño tiene dos opciones. 1) Dejarlo deshecho. Dejar la puerta abierta como si nunca vendría el ladrón. O 2) puede cerrar la puerta bien siempre, prender las luces allí afuera, y poner el alarma para estar bien preparado y guardado.

Si nosotros recibiéramos una noticia que a las 3:00 de la mañana viene el ladroncito y va a entrar por la puerta principal, ¿Qué haríamos? Nos pondríamos allí, con las luces prendidas, con un “blowhorn” para asustarle y llamaríamos a la policía para que estuvieran allí. ¿Verdad? . Como el dueño, tampoco sabemos nosotros. Nosotros tenemos unas opciones similares. No nos han dicho: “Cristo viene el día 3 a las 4:00 de la tarde. Prepárense.” No sabemos cuándo vendrá, pero si sabemos que va a venir otra vez. Entonces, como el dueño, tenemos 2 opciones. 1) Podemos relajar y disfrutarnos como si no viniera muy pronto. Podemos seguir en lo mismo—tomando, comiendo, disfrutándonos. O 2) Podemos estar bien preparados para la llegada del señor. Podemos cumplir con lo que nos ha mandado—amar al prójimo, al extranjero, y al enemigo. Darles de comer a los necesitados. Sanar a los enfermos, y consolar a los afligidos.

Nos quedamos con las preguntas: ¿Qué tienes preparado para la segunda venida? ¿Qué te queda por hacer? ¿Estás listo/a? ¿Tienes todo en orden? ¿Está tu vida como la quiere Jesús?