La semana pasada cuando empecé a trabajar en el sermón, estaba pensando en predicar sobre los padres. Estaba pensando en los padres de la biblia y buscando alguien que podía poner en ejemplo, sin usar los que todos usan—Josué y Abraham. Y al pensar un poco más, me ocurrió que las cosas que me estaban hablando esta semana fueron la gratitud y las bendiciones de Dios. He visto tanto los hechos de Dios en las últimas semanas y me di cuenta de que debo tratar estos temas. Sabiendo de que el texto del evangelio de esta semana trataba a la mujer pecadora que ungió a los pies de Jesús, me dije, pues, sería perfecto—esto tiene que ver con la gratitud y las bendiciones que recibimos. Estaba súper feliz porque este pasaje es uno de mis favoritos y tiene mucho por decir.
Bueno, el día siguiente, me di cuenta de que ya predicaba sobre este texto a nuestra congregación. ! Qué lástima! Y me dije, pues, a lo mejor, sí se van a acordar de la última vez. Entonces, busqué un salmo (62) que nos hablaría de la gratitud y las bendiciones. Lo leí, lo estudiaba, y me puse a pensar en la predicación otra vez. Y la verdad es que este pasaje de la mujer no me deja en paz. Me siento tan atraída a ella, que no puedo dejarla y buscar otro. Entonces, vamos a orar el salmo juntos después de la predicación, pero por ahora, vamos a enfocarnos en la historia de esta historia de la mujer pecadora.
Por lo que tenemos aquí en este pasaje, no sabemos mucho de ella. Sabemos que sí fue pecadora, pero esto no clarifica mucho. No sabemos su crimen. No sabemos su ofensa. Puede ser como cualquiera de nosotras que se acercó a Jesús como pecadora. Ella vivió en un mundo, una cultura, bien machista, bien sexista. Y aunque nos gustaría pensar que hemos avanzado un montón, también, nosotras vivimos, o hemos vivido por el machismo y el sexismo. Conocemos bien las miradas desdeñosas. Conocemos los rumores: “pues, ella no pertenece aquí. Ella no puede hacer esto. Una mujer no debe vestirse así, o venir a este lugar.” Por nuestra propia experiencia, podemos imaginar cómo fue por esta mujer. No sabemos si ella tenía muchas preocupaciones al entrar esta casa donde estaba cenando Jesús. No sabemos si ella se quedó fuera, escuchando a los hombres, discutiendo con si misma si debe entrar o no. No sabemos cuantos metros caminaba para llegar a esta puerta. No sabemos si tenía familia que le apoyaba o si la discriminaron. No sabemos cuánto le costó este aceite. Otros cuentos en el evangelio dicen que el aceite costó 300 denarios, lo equivalente del salario de un año. Pero según Lucas, no sabemos cuánto pagó ella por este aceite. Y más que nada, no sabemos cuánto estaba dispuesta darle a Jesús si solo lo tuviera.
Lo que sí sabemos es que ella pasó a esta casa allí en la ciudad, que Jesús estaba sentado y ella se acerco con su aceite. Se quedó de pie, detrás de él, y lloraba. Lloraba y se arrodillaba y empezó a bañar los pies de Jesús con sus lágrimas. Y los secó con sus cabellos. Le daba a él de si misma—sus lagrimas, su propia agua, sus lamentos y sus gozos. Y llevaría con ella los recuerdos de bañar al Señor con sus lagrimas y secarle con sus cabellos. Se beso a sus pies y los ungió con aceite. Me imagino que ponerse a los pies del otro no fue más normal en aquellos días que es hoy en día. Me imagino que uno le besaría a la mano, o a la mejilla, pero no a los pies. Esto relacionamos con los reyes, es un acto de humildad. Y humilde fue esta mujer. Ella no le pidió honor ni gloria. Y por lo que vemos aquí, ni le pidió nada. Ella dio y dio de sí sin pedir nada. Solo había escuchado de este hombre que sanaba y quitaba demonios, que predicaba y enseñaba. Solo había escuchado de él y ella estaba llena de ganas de verlo, de honrarlo, de darle lo mejor que se podía ofrecer.
Yo me crecí en la iglesia metodista. A los 5 años, yo acepté a Cristo, entonces no tengo la memoria, como adulta, de la conversión en que di cuenta de quién era yo y lo tanto que necesitaba a Jesús. A los cinco años, no se notaba de un día al otro que significaba, que diferencia había, en ser cristiana. Pero, por mi vida, he conocido a personas con experiencias tan fuertes con Jesús, que sí podía decir, “yo quiero experimentar esto.” Yo quiero conocer a Jesús de esta manera. Otros me han dado unos ejemplos de lo que se puede experimentar en Cristo, de lo que se puede hacer en él. Me ponen en frente estas cosas que se convierten en metas espirituales para mi. He querido ser una persona que exude, que tenga aura, del gozo de Cristo, de la paz de Cristo. He querido experimentar lo que es ser tocado por el espíritu en una manera tangible, palpable. He querido hablar en lenguas, y recientemente he querido escuchar la voz audible de Dios. Busco a Jesús, y no es que no lo conocí antes, solo que quiero encontrarle en una manera diferente, por las historias, por los cuentos, de los demás. Como esta mujer, en mi vida, he escuchado de él, de sus maravillas y milagros y por los cuentos me voy a encontrarle.
Como dije, no sabemos cuánto le costó este aceite, pero si suponemos que valía, por lo menos, como los otros dicen—300 denarios, entenderemos algo especial de esta mujer. Ella, en aquella cultura dominada por hombres, no podía salir a trabajar, no podía ganar por sí misma, y supongo yo, como no hubiera tenido dinero propio, que este aceite puede haber sido parte de su dote, parte de lo que hubiera dado a su novio por el matrimonio—y todo usó para ungir a Jesús. Wow! Esto habla mucho de la fe de esta mujer, del sentido que tenia a acercarse a Jesús. Dio tanto, tanto, tanto, sin pedirle nada. Puede ser que ya había experimentado sanidad, puede ser que solo había escuchado de sus hechos y confiaba tanto en él, puede ser, que sabía ella que él le conocería al corazón y no tenía que decir nada. Pero dio de sí sin preocuparse por las reacciones de los demás, sin preocuparse por el futuro y las preguntas de “qué pasará si no tengo este aceite, si no tengo este dinero?” No se preocupó por estas cosas del mundo, en cambio, se preocupó por las cosas del cielo, las cosas de Dios, las cosas que endurecen. Ella se preocupó por Jesús y su honor. Ella se humilló, sin vergüenza, y le daba honor a este hombre tan especial. Sus hechos fueron rodeados por fe, tejidos por fe.
Entonces, la pregunta para nosotros esta mañana es, ¿Qué habíamos escuchado de Jesús que nos atraía a él? ¿Qué nos llamó la atención? ¿Seguimos escuchando de sus maravillas? ¿Tanto que seguimos buscando mas y mas de él? Y, después, ¿qué de nosotros daríamos a Jesús? ¿Daríamos lo equivalente del salario de un año? ¿Daríamos nuestras lágrimas? ¿Podemos dejar las preocupaciones, la vergüenza, los dichos de los demás y concentrarnos solo en él?
A lo mejor, cada uno de nosotros lleva una caja como esta mujer, tenemos algo por ofrecerle a Jesús, ¿Confiamos en él? ¿Confiamos en su poder? ¿Nuestras acciones son tejidas por la fe? Si la respuesta es “Sí”—dale a Jesús, él está listo a recibir lo que tienes por ofrecerle. Y si la respuesta es “no”, piénsate en las historias de Jesús, piensa en la sanidad que necesitas, o el milagro que buscas, o la libertad que anhelas y dile a Cristo que quieres recibir de él, quieres crecer en tu fe, quieres conocer sin duda, sin preocupaciones que el siga actuando hoy en día. Aun lo puedes decir como un hombre del evangelio, “Confío, ayúdame donde no confío.”La vida cristiana tiene que ver con crecimiento espiritual. No somos lo mismo hoy que fuimos hace diez años, ni lo que fuimos ayer. Cada día que nos acercamos a Jesús crecemos en la fe. Hoy tenemos en las escrituras la fe de la mujer pecadora, la fe fuerte, la fe sin vergüenza. Podemos ponerla como ejemplo nuestro—podemos entender lo que es buscar y confiar en Jesús por solo los reportes que hemos recibido sobre él, y podemos entender la fuerza de fe que le empuja a uno dar tanto sin pedir nada. Ella entendió bien de la gracia del Señor—recibimos algo primero—algo de entendimiento, de la fe, segundo, damos de nosotros, y tercero, nos perdona a nosotros y nos nos manda al mundo para seguir compartiendo con los demás.